Proyecto Prisiones

La prisionización y las consecuencias del ingreso y la reclusión

MANUAL DE DERECHO PENITENCIARIO

Creado por Andrés Díaz Gómez bajo licencia CC BY-NC-ND 4.0 Registrado en RGPI

Las consecuencias físicas y psicosociales del encarcelamiento

► El ingreso de una persona en prisión origina comúnmente un fuerte impacto negativo, generador de sentimientos de inseguridad y miedo. Por ese motivo, la Administración penitenciaria pone en marcha el denominado «Protocolo de acogida», regulado por la I. 14/2011, que prevé un conjunto de acciones con la finalidad de amortiguar las emociones negativas y los síntomas psicofisiológicos originados por el cambio brusco de la ruptura con su medio natural y social (información y orientación, entrevistas, programa de intervención psicosocial).

En todo caso, numerosas investigaciones apuntan a que largos periodos de internamiento en prisión originan importantes consecuencias físicas y psicosociales para el encarcelado. Siguiendo a  VALVERDE MOLINA, pueden identificarse los siguientes:

Consecuencias físicas

1) Problemas sensoriales. Una primera consecuencia del internamiento penitenciario son las alteraciones sensoriales que se producen sobre las personas privadas de libertad. Así, pueden detectarse alteraciones en los distintos órganos de los sentidos:

  • La visión. Al tiempo de ingresar en prisión, el interno experimenta lo que se denomina «ceguera de prisión», provocada por la permanente ruptura del espacio, la existencia de continuos impedimentos, que no solo impiden la fuga, sino también la visión a distancia. El interno se encuentra continuamente con obstáculos a la propia visión que, en el mejor de los casos, no le permiten ver más allá de unos centenares de metros. Esta configuración espacial puede producir dolores de cabeza, e incluso una deformación de la percepción visual, que hace que se pierdan formas e incluso colores. Otra característica de la prisión es el escaso contraste de colores: predominan fundamentalmente el gris y el marrón oscuro. 
  • La audición. Cuando se prolonga el encarcelamiento, el interno suele acabar padeciendo problemas de oído. El hacinamiento y la vida en un espacio permanentemente cerrado hacen que el nivel de ruido sea muy alto, aunque sin contraste de sonidos.
  • El gusto. Habitualmente se critica que la comida en prisión es insípida. Se dice que eso es, al menos en parte, consecuencia del hacinamiento: no se puede hacer una comida refinada para un gran número de individuos, aunque también influye la escasez de la parte del presupuesto de las prisiones que llega al preso. Por otra parte, el preso solo tiene acceso a los productos que puede comprar en el economato de la prisión, con lo que la diversidad de sabores que tiene a su disposición es muy reducida.
  • El olfato. Se afirma que las prisiones tienen un olor característico, debido al empleo de desinfectantes, ambientadores, etc. Además, también se les asocia la denominada «pobreza olfativa»: la limitación de los olores que percibe el individuo internado con respecto a los que existen en libertad.

2) Alteraciones en la imagen personal. Según VALVERDE MOLINA, el interno experimenta dos tipos de fenómenos: 1) En primer lugar, llega a perder la imagen de su propio cuerpo, pues la carencia de intimidad tiene graves consecuencias para la propia identidad e importantes efectos para la propia imagen corporal. 2) En segundo lugar, a veces el preso mide mal las distancias, a causa de una confusión entre los límites del propio cuerpo y los del entorno. Esto ocurre principalmente con los presos en régimen especial/cerrado, que pasan una gran cantidad de tiempo encerrados en su celda. Por otro lado, más frecuente es la falta de cuidado personal, por la pérdida de motivaciones para asearse. La mala imagen que el preso tiene de sí mismo (que muchas veces arrastra ya desde antes, como una de las consecuencias del proceso de inadaptación social, pero que se acrecienta de manera muy considerable en la prisión) afecta también al ámbito sanitario.

3) Agarrotamiento muscular. La tensión muscular, procedente del estrés de la vida diaria en la prisión, en la que se mezcla desde la ansiedad con que se vive la cárcel hasta la sensación permanente de peligro y el miedo al futuro, sumada a la escasez de movilidad, se manifiesta en el padecimiento de frecuentes dolores en ciertas partes de la musculatura, sobre todo en la espalda y en el cuello.

Consecuencias psicosociales

1) Adaptación al entorno anormal de la prisión. En la cárcel, el proceso de adaptación tiene unas consecuencias concretas, entre las que se encuentran:

  • Exageración de las situaciones. Dado que toda la vida del interno se estructura en torno a la prisión, muchas situaciones que en otro ambiente carecerían de importancia, aquí adquieran gran relevancia. Por eso, acontecimientos aparentemente insignificantes pueden derivar hacia situaciones conflictivas, incluso de gran violencia, porque la respuesta del individuo ante determinadas situaciones estimulantes a menudo no guarda cuantitativamente relación con ellas.
  • Autoafirmación agresiva frente a la institución. Como la institución penitenciaria es una estructura poderosa, para mantener unos mínimos niveles de autoestima, el interno (que se ve a sí mismo como débil) se ve obligado a autoafirmarse frente a ese medio hostil. Sin embargo, esta situación llevará a un endurecimiento del régimen penitenciario y, paralelamente, a nuevas autoafirmaciones cada vez más agresivas.
  • Sumisión frente a la institución. No todos los individuos utilizan la autoafirmación agresiva como forma de adaptación al ambiente penitenciario. Los mecanismos adaptativos que utilice el interno para sobrevivir en la cárcel están en función de su proceso de vida, de las consistencias comportamentales que haya desarrollado previamente, de las posibilidades de encontrar refuerzos consistentes en la propia prisión, etc. En este sentido, por ejemplo, en prisión hay delitos «prestigiados» y delitos que denigran a su autor, como los delitos sexuales. El profundo rechazo que suelen encontrar los penados autores de estos últimos delitos les obliga frecuentemente a utilizar como forma de supervivencia (y, por tanto, como forma de adaptación) la sumisión, es decir, el sometimiento prácticamente absoluto a la institución.
  • Dominio o sumisión en las relaciones interpersonales. La autoafirmación agresiva no solo se manifiesta frente a la institución, sino que también es un elemento importante a la hora de establecer relaciones interpersonales con otros internos. Habrá quienes, por su capacidad de liderazgo, por fortaleza física o por otra causa estarán en condiciones de dominar a los demás. Además, como la institución penitenciaria tampoco tiene la capacidad de garantizar la seguridad absoluta de todos los internos, algunos se verán obligados a agruparse con otros, tanto para defenderse como para dominar.
  • Alteración de la sexualidad. Dentro de las relaciones interpersonales y de poder que se establece en el interior de la prisión, la sexualidad se ve alterada significativamente: escasa frecuencia de relaciones sexuales y matizadas por la estructuración de la vida penitenciaria, aumento de la masturbación y de las relaciones homosexuales, etc. Si bien la existencia de comunicaciones íntimas y permisos atenúa el problema, no suele ser suficiente para satisfacer las pulsiones sexuales, aumentadas además por la situación de estrés que provoca el internamiento.

2) Ausencia de control sobre la propia vida. Ante una situación institucional poderosa y anormalizadora, ante unas relaciones interpersonales fuertemente jerarquizadas y centradas en la dominación, el interno llega prácticamente a no tener ningún control sobre su propia vida. A nivel institucional, depende por completo del régimen de la prisión, que va a dirigir todas sus actividades. La capacidad de elección del individuo queda reducida a la mínima expresión: ni puede planificar su tiempo ni el lugar donde desea estar en cada momento. Además, las consecuencias de su comportamiento van a depender de cómo sean evaluadas por el personal del Centro Penitenciario, lo que casi siempre será percibido por el interno como arbitrario. Por otro lado, a nivel de las relaciones interpersonales, su conducta se va a ver fuertemente presionada por las relaciones de poder entre los propios internos y en función del lugar que ocupe en las mismas.

3) Estado permanente de ansiedad. En prisión, el interno desarrolla un estado permanente de ansiedad, que puede derivar hacia la manifestación de la ansiedad como una consistencia comportamental que se generalizará a todo tipo de situaciones y que le conduce a vivir aún con más estrés las permanentes tensiones de la vida en la cárcel. El interno se ve obligado, como mecanismo de defensa de salud mental, a proteger su propio Yo, lo que, en ese ambiente, le lleva a una exageración del egocentrismo.

4) Ausencia de expectativas de futuro. El interno se ve incapaz de diseñar su futuro, de planificar su conducta en función de unas expectativas que no está en condiciones de establecer. Eso le puede conducir progresivamente al «fatalismo», debido al gran poder de la institución penitenciaria frente a la debilidad del individuo. A partir de ese momento, va a ver su vida como una «película en la que él mismo es un actor secundario». Va a pensar que «lo que tenga que ocurrir, ocurrirá», sin ninguna posibilidad de evitarlo. Por otro lado, dado que toda la vida se estructura en torno a la prisión, cualquier situación aparentemente insignificante puede llegar a convertirse no solo en importante, sino también en obsesiva. Por eso se dice que todo en la cárcel es inmediato, el «aquí y ahora».

5) Ausencia de responsabilización. A consecuencia de lo anterior, el interno acaba adoptando una actitud pasiva, esperando que las cosas «le vengan dadas». Esta situación desemboca en una auténtica delegación de responsabilidad de la propia vida en el entorno institucional: el interno se convierte en apático porque es una buena manera de sobrevivir. El individuo pasa de la prisión, donde se le dice todo lo que tiene que hacer, cómo hacerlo y dónde hacerlo, a la situación de libertad, en la que ha de tomar sus propias decisiones, planificar y dirigir su propia vida, con un sistema de funcionamiento completamente distinto al que estaba acostumbrado. Por eso, más tarde, la ausencia de responsabilización será una de las consistencias actitudinales desarrolladas en prisión más disfuncionales para la vida en libertad.

6) Pérdida de vinculaciones. Desde el ingreso en prisión, todo contacto con el exterior se va producir con importantes restricciones, lo que llevará al interno a una pérdida gradual de las vinculaciones que tenía establecidas. Esta pérdida de vinculaciones y contactos con el mundo exterior tendrá importantes repercusiones para su vida, tanto durante su estancia en prisión como posteriormente, cuando salga en libertad. Durante la estancia en prisión, las vinculaciones con el exterior se verán irremediablemente distorsionadas por el régimen de vida penitenciario (uso de locutorios, horarios y tiempo restringidos, etc.). Pero, además, en prisión irá perdiendo progresivamente la noción de la realidad exterior y, cuando el interno vuelva a la libertad, puede encontrarse con un ambiente en el que ya no encaja, lo que va a ser fuente de nuevas frustraciones.

7) Alteraciones de la afectividad. La experiencia de la vida en prisión acarrea algunas consecuencias adicionales en este ámbito:

  • Indiferencia afectiva. Desconfianza y despreocupación ante el sufrimiento de los demás, como mecanismo de defensa ante las frustraciones emocionales que viene arrastrando.
  • Labilidad afectiva. Como una forma de manifestación de la afectividad que, por depender de fluctuaciones ambientales aparentemente irrelevantes, hace que el individuo reaccione de manera desproporcionada, cambiante e imprevisible.
  • Inseguridad relacional. Se manifiesta mediante una creciente dificultad para expresar emociones, debido a la pobreza afectiva de su entorno, la contradicción socializadora y la incapacidad de prever las consecuencias del propio comportamiento

8) Anormalización del lenguaje. A medida que el interno va asimilando la vida en prisión, también va asumiendo la forma de hablar propia del ámbito penitenciario, como parte de su proceso de prisionización (lenguaje carcelario). Así, se destaca el uso de términos exclusivos del medio penitenciario que permiten identificarlo como miembro del grupo social, el empleo de frases breves y poco elaboradas (lenguaje rígido), o la utilización de un lenguaje informativo que estimula poco la expresión de emociones.

La prisionización

► El concepto de «prisionización» fue elaborado por CLEMMER originalmente en su libro The Prison Community, que la define como «la adopción, en mayor o menor medida, de los usos y costumbres, y en general de la cultura, de la prisión». La prisionización sería un proceso de asimilación, «un proceso lento, gradual, más o menos inconsciente, durante el cual una persona aprende lo suficiente sobre la cultura de una unidad social en la que se ve insertado como para resultar característico de ella».

De acuerdo con CLEMMER, desde el momento en el que ingresa en prisión, el interno se convierte en una figura anónima perteneciente a un grupo subordinado. Al cabo de unas semanas o de unos meses, pasa a considerar la comida, el alojamiento, la ropa y un trabajo como algo que la institución le debe. Al cabo de varios meses, el interno no se conforma con cualquier trabajo en prisión, sino que aspira a un buen trabajo (más cómodo, remunerado, o menos conflictivo). Algunos internos aprenden también otras cosas: a practicar juegos de azar, a realizar actividades homosexuales, a mirar con desconfianza a los funcionarios y a familiarizarse con los dogmas y las costumbres de la comunidad carcelaria.

Los factores universales de la prisionización, según CLEMMER, son los siguientes: aceptación de un rol inferior o subordinado; acumulación de información sobre la organización de la prisión; desarrollo de modos algo nuevos de comer, vestir, dormir y trabajar; utilización mayor o menor, del argot carcelario; reconocimiento de que no se le debe nada a la institución por satisfacer las necesidades básicas del interno; y deseo eventual de un buen trabajo. Estos factores universales son suficientes para hacer a una persona característica de la comunidad prisional y probablemente desequilibra su personalidad, de tal modo que se hace muy difícil una buena adaptación del prisionizado a cualquier comunidad.

► La rapidez del proceso de prisionización depende de factores como: la personalidad del interno, su edad, su inteligencia, el tipo de delito cometido, el tipo de lugar de residencia, el lugar de ubicación de la prisión, etc. Además, el proceso no se desarrolla de modo ordenado, sino que tiende a ser irregular. No obstante, los internos experimentan las influencias de la prisión en diferentes grados, lo que depende de múltiples factores:

  • De la personalidad del interno, que le hará más o menos permeable a la subcultura carcelaria.
  • De la cantidad y calidad de las relaciones que el interno tenga con personas fuera de la prisión.
  • De la medida en la que el interno se integre o no en grupos primarios o semi-primarios de la prisión.
  • De la casualidad, pues otros factores ajenos a su persona, como ser colocado en uno u otro módulo, con diferentes compañeros de celda, etc., pueden influir en gran medida.
  • De si el interno acepta o no los dogmas y normas de la subcultura carcelaria.
  • De otras variables diversas como la edad, la carrera delincuencial, la nacionalidad, el grupo étnico, la raza, etc., que, relacionadas con las demás, pueden influir en el grado de prisionización del interno.

Teniendo en cuenta todas las variables anteriores, CLEMMER distingue dos supuestos o niveles de prisionización: baja y alta. El nivel de prisionización será bajo cuando se den los siguientes elementos: 1) condena corta, 2) personalidad estable del interno, 3) relaciones del interno positivas con personas del exterior, 4) no integración en grupos primarios y relaciones equilibradas con otros internos, 5) negativa del interno a aceptar ciegamente los dogmas de la población reclusa y aceptación de la colaboración con los funcionarios, 6) compañeros de trabajo o de celda sin capacidad de liderazgo ni integración en la subcultura de la prisión, 7) abstención de prácticas homosexuales o juegos de azar e implicación en actividades recreativas sanas. En cambio, la prisionización será alta cuando: 1) la condena sea larga; 2) la personalidad del internos sea inestable antes del internamiento, 3) tenga pocas relaciones positivas con personas del exterior, 4) quiera y pueda integrarse en algún grupo primario de reclusos, 5) acepte las normas y dogmas del grupo primario y de la población reclusa en general, 6) el azar ponga cerca suyo a internos de orientación análoga a la suya, 7) esté dispuesto a practicar la homosexualidad y los juegos de azar.

► Por su parte, WHEELER clasifica a los internos según la fase de su «carrera» institucional en la que están situados (primera, media o final) y determina el grado en que se ajustan a las normas de la institución penitenciaria. Así, WHEELER encuentra dos tendencias principales de socialización:

1) La primera es similar al proceso de prisionización descrito por CLEMMER, en cuanto a que cada nueva fase (primera, media o final) suponía una mayor oposición a las normas institucionales.

2) La segunda tendencia, distinta de la anterior, es una pauta de conducta adaptativa en forma de «U»: los internos situados en la primera y última fase del encarcelamiento se ajustaban a las normas de los funcionarios, mientras que los situados en la fase intermedia se desviaban de dichas normas.  

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